Diez días que su familia se desespera impotente ante los llantos, los vómitos y el miedo por la incertidumbre que los médicos no son capaces de aclarar con un diagnóstico y un tratamiento.

Las sonografías dicen que puede ser apendicitis.

La tomografía requerida nunca se pudo hacer en el Hugo Mendoza, y fue por solidaridad de otro centro de Salud que se realizó el viernes 10 de noviembre, sin resultado concluyente.

Pero ningún médico del Hugo Mendoza ha actuado eficazmente durante los diez días de sufrimiento de esta niña para comprobar realmente y con rapidez si esos ataques de dolor extremo en el vientre son de apendicitis o no; y todo con la excusa de que no se dispone de máquina para analizar los síntomas y que no se dispone de especialista para diagnosticar.

Y mientras tanto, la niña sigue sufriendo de un dolor extremo y sus padres siguen angustiados por la suerte de su hija.

Esta mañana una gastroenteróloga -después de diez días de internamiento- ha descartado patología gástrica o ginecológica; esto después de muchas llamadas y algunos pedidos de médicos de prestigio que se han interesado por el caso con escasa respuesta institucional, y el cirujano sigue sin aparecer para evaluar la apendicitis.

Quizá es que solo hay un cirujano en el hospital; quizá es que no le han requerido para que atienda a esa niña; quizá esté ocupado en otra emergencia o algún asunto profesional de mayor importancia estratégica; pero el hecho es que esta niña lleva diez días con síntomas de apendicitis y retorciéndose de dolor ante la pasividad negligente de los responsables del Hospital Pediátrico Hugo Mendoza.

Hace unos minutos el asunto escala un grado en desvergüenza, presentándose una psicóloga en la habitación a indagar la posibilidad de que el dolor tenga causa psicosomática; y esto pasa justo el día en que por primera vez se administra a la paciente un calmante. No sé cuál es la cualificación de la especialista -y me gustaría saberla-, pero sí sé que con nueve años ningún niño finge dolor hasta el punto de no dormir varios días seguidos.

Y es que en República Dominicana parece como si el tratamiento médico dependiera de dos factores: el dinero que uno tiene en su bolsillo y la capacidad que uno tiene de movilizar al equipo más próximo al presidente de la República.

Por desgracia, el caso de esta niña todavía no ha llegado al palacio presidencial; y tal y como van las cosas puede que para cuando llegue el tratamiento ya sea inútil.

Si esto llegara por desgracia a pasar, entonces los directivos del hospital harán lo que suelen hacer cuando irresponsables bajo su responsabilidad juegan con las vidas de sus pacientes: encontrarán a un chivo a quien echarle la culpa; en este caso el chivo más probable sería la psicóloga.

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