La dieta mediterránea
Por Elizabet Gutiérrez
Se conoce como dieta mediterránea a un estilo de alimentación que se identifica con la forma de comer del Sur del Europa, singularmente España, Francia, Italia y también Grecia, sobre la base de una ingestión frecuente de cereales, verduras, fruta y pescado, con el uso de aceite de oliva como fuente principal de grasa.
Aunque fuera de Europa este es el estereotipo sobre la dieta mediterránea, lo cierto es que sería más correcto hablar de estilo de vida mediterráneo, en el que la alimentación o más exactamente la manera de alimentarse es un factor esencial de las actividades diarias y, ante todo, de una forma de entender el significado de la nutrición no como un simple proceso de quitarse el hambre, sino como una actividad social que implica una determinada actitud hacia la comida y su relevancia en las relaciones personales.
La dieta mediterránea se caracteriza por la presencia diaria de cereales, verduras (preferiblemente crudas) y la fruta.
Hay cierta controversia sobre si los cereales deben tomarse en almuerzo y cena o solo en almuerzo; o sobre si la fruta debe tomarse al final de las comidas o separada de estas. Para estas dudas, el consejo del profesor español Grande Covián era tan simple como efectivo: “comer de todo en plato de postre”. De esta forma, el ilustre maestro nutriólogo y bioquímico quería referir la importancia de controlar las raciones de comida como un elemento esencial de cualquier dieta saludable.
El aceite de oliva es el otro componente esencial de la dieta mediterránea. Se trata de una fuente de grasa de excelente calidad, que sirve para aderezar ensaladas o para freír alimentos. Es importante recordar que a pesar de que se trata de un aceite con gran resistencia a la temperatura, no se le debe reutilizar una vez empleado para freír, sin que haya lugar a excepciones cuando se haya frito carne o pescado.
La cebolla, el ajo, el pimiento y el tomate son otros ingredientes indispensables en la dieta de estilo mediterráneo, junto con las semillas y frutos secos, si bien estos últimos no se suelen consumir a diario.
Los estudios sobre las aportaciones saludables del vino a la dieta son a veces controversiales; los detractores del producto recalcan los efectos nocivos de la intoxicación, mientras que los defensores afirman sus cualidades cuando el consumo es moderado.
En nuestra opinión, tres variables deben tenerse en cuenta para recomendar el vino como parte de una dieta saludable: la calidad, la cantidad y el acompañamiento. El vino debe ser de buena calidad, lo que garantiza la ausencia de productos que perjudican sus cualidades; el vino debe beberse con moderación ya que cualquier exceso siempre es negativo para el organismo; y por último el vino debe beberse en compañía de alimentos que lo complementen.
Muchos manuales de dieta mediterránea hablan del consumo de lácteos como parte esencial del modelo; estamos de acuerdo en lo que se refiere al queso, pero no tanto en lo que se refiere a los modernos productos derivados de la industria, como las leches en sus múltiples variedades, los yogures (salvo los hechos de forma tradicional) y los productos etiquetados como dietéticos. En estos casos, siempre existe el peligro de que nos aporten cantidades de azúcares y otros productos que condicionan los efectos positivos de la dieta.
Por lo que se refiere a la ingesta semanal, la dieta mediterránea incluye pescado, carne magra y huevos dos veces por semana en cada caso. Las legumbres, incluyendo las patatas, se recomiendan en este grupo.
Por último, la carne roja se recomienda con mucha moderación, no superando una ración semanal.
Como decíamos al principio, la dieta mediterránea es solo una parte de un concreto y particular estilo de vida caracterizado por dos principales factores: la socialización y la actividad física.
El tiempo y la atención que se presta al acto de comer transciende su función primera de nutrir para convertirlo en un acto social que está dotado de su propia liturgia, con sus tiempos, sus cadencias y sus significados.
De esta forma, la comida se convierte en un acto social en el que se fomentan las relaciones interpersonales, especialmente las familiares. No se trata de que el almuerzo o la cena diarios se consideren como algo solemne o protocolario, sino que constituyen un lugar común que proporciona seguridad y posibilita mejorar las relaciones personales de los miembros de la familia y amigos.
La actividad física es otra característica de la vida mediterránea, lamentablemente en desuso por los imperativos de la vida moderna.
La actividad física no debe identificarse con el entrenamiento físico o el deporte exigente de fin de semana, sino con la costumbre de preferir un paseo a una sentada viendo TV, de subir las escaleras en lugar de usar el ascensor, y de realizar cuantas más actividades mejor al aire libre aprovechando las condiciones climáticas benignas y las posibilidades que ofrece el entorno.
Ajustarse al estilo de vida mediterránea es una garantía de salud; todos quienes han tenido la oportunidad de disfrutarlo opinan lo mismo.