La vida se puede escapar mientras esperamos el momento perfecto para vivirla
Nos pasamos la vida pensando en el futuro y postergamos la felicidad que se encuentra en los momentos irrepetibles del camino que recorremos.
De niños anhelamos ser adultos para lograr independencia; cuando somos adultos nos enfocamos en terminar los estudios, luego nos centramos en conseguir un trabajo y en laborar para conseguir los bienes materiales que necesitamos.
También pensamos en casarnos y en cómo mantendremos a los hijos que deseamos, imaginamos los progresos profesionales y muchas otras opciones futuras que llenan nuestras horas cotidianas.
Y en todas esas fases de la vida, siempre estamos a merced de la tentación de dejar algo esencial para el día siguiente: la felicidad.
La vida no es el resultado del tiempo, es el tiempo que ocurre cada día, Cada instante vivido es un capítulo de nuestra historia, de la vivencia que protagonizamos.
Disfrutar de cada minuto es emplear el tiempo con juicio; aprovechar la oportunidad de estar vivo y construir la felicidad propia y de los demás con los detalles que marcan la diferencia.
La felicidad que está en los pequeños momentos diarios es lo que hace que la vida merezca la pena de ser vivida.
Empleemos el tiempo en dar ese paseo, bailemos esa canción favorita, abracemos sin un motivo concreto a quienes queremos, expresemos nuestros sentimientos de amor y amistad, disfrutemos de nuestra comida favorita, amemos sin reservas, vivamos apegados al mandamiento de amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo.
Aprovechemos el tiempo al máximo en lo que el tiempo propio nos ofrece: la oportunidad de ser felices durante el corto espacio de nuestras vidas.